CÓMO EL ALGODÓN TRANSFORMÓ EL MUNDO




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Cuando miramos a la historia del capitalismo, usualmente miramos a su industria, a las ciudades y a los trabajadores asalariados. Es fácil para nosotros olvidar que gran parte del cambio que solemos asociar con la aparición del capitalismo moderno tuvo lugar en la agricultura, en el campo. Con el despegue de la industria moderna luego de la Revolución Industrial en la década de 1780s, la presión en el campo para proveer materia prima, trabajo y mercados se incrementaron enormemente. Desde que la industria moderna tuvo sus orígenes en el hilado y trenzado del algodón, los productores de Europa y Estados Unidos comenzaron a buscar acceso a vastas cantidades de algodón.
Ese algodón provenía exclusivamente de las plantaciones esclavas de las Américas –primero de las Indias occidentales y Brasil, luego de los Estados Unidos. Cuando el algodón norteamericanos comenzó a penetrar en los mercados globales en la década de 1790 luego de la revolución de Santo Domingo (Haití) –uno de los productores más importantes a nivel mundial–, estos jugaron un rol importante, o más bien, dominante. Hacia 1800, 25% del algodón que llegaba a Liverpool (el puerto algodonero más importante del mundo) provenía del sur de Estados Unidos. Veinte años después esa cifra se había incrementado a 59%, y en 1850 el 72% del algodón que se exportaba a Gran Bretaña había sido cultivado en Estados Unidos. El algodón norteamericano también sumaba el 90% de las importaciones total de Francia, el 60% del que entraba en Alemania y el 92% que era despachado a Rusia. El algodón norteamericano capturó los mercados de todo el mundo de una forma en que pocas materias primas lo habían hecho hasta entonces, o desde ese momento.
Los cultivadores en Estados Unidos dominaban la producción de la más importante materia prima porque poseían una combinación clave: amplios territorios, recientemente obtenidos de sus pobladores nativos, abundante mano de obra, disponible por el declive de la agricultura del tabaco en la parte norte del sur y acceso a capital europeo. Los tempranos esfuerzos por parte de los comerciantes europeos para asegurarse las cosechas de algodón de los campesinos en lugares como Anatolia, India y África, habían fracasado, puesto que los productores locales se negaban a concentrarse en cultivar un solo producto para exportación, y los comerciantes europeos carecían del poder para hacerles cambiar de opinión. Fue por esta razón que las fábricas de tejidos de algodón y las plantaciones esclavistas se expandieron en simultáneo, y fue por eso que Estados Unidos se hizo importante para la economía global por vez primera.
Las plantaciones esclavistas fueron principalmente diversos lugares de producción antes que granjas campesinas. En las plantaciones, y solo en ellas, los propietarios podían dominar todos los aspectos de la producción: una vez que se habían apropiado de la tierra de sus legítimos propietarios (la población nativa), ellos podían obligar a los esclavos afro-americanos a realizar la penosa tarea de sembrar, cortar y cosechar todo el algodón. Ellos podían controlar ese trabajo con particular brutalidad, y podían hacerlo una y otra vez sin límite alguno, reduciendo así los costos de producción. Con la expansión del capitalismo industrial, esa extraña forma de capitalismo se expandió, y el capital europeo en busca de algodón fluyó hacia las áreas de esclavos en grandes cantidades. Este mundo no se caracterizaba por contratos, el dominio de la ley, el trabajo asalariado, los derechos de propiedad o la libertad humana, sino por lo contrario: control arbitrario, expropiaciones masivas, coerción, esclavitud y una violencia inconmesurable. Yo llamo a esta forma de capitalismo, “capitalismo de guerra”, el cual floreció en ciertas partes de Estados Unidos y derivó en una guerra civil.
La esclavitud se colocó al centro de este dinámico y complejo productivo de largo alcance en la historia humana. Herman Merivale, burócrata colonial británico, notaba en 1839 que “gran parte de nuestro algodón es cultivado por esclavos”, y que la opulencia de Manchester y Liverpool “se debe realmente al esfuerzo y sufrimiento del negro, como si sus manos hubiesen excavados aquellos muelles y fabricado sus máquinas a vapor”.
A medida que la industria algodonera se expandía, con las máquinas de hilado y trenzado trabajando en áreas de rápida industrialización, el complejo algodonero en expansión migró incluso hacia el oeste norteamericano, Alabama, Mississippi y eventualmente Texas, requiriendo más trabajo esclavo. Hacia 1830, uno de cada trece norteamericanos cosechaba algodón, un millón de personas en total, casi todos ellos esclavos. En uno de los episodios más violentos de la historia norteamericana, un millón de trabajadores esclavos fueron vendidos desde el alto Sur hacia estados con una creciente industria algodonera como Mississippi, Alabama y Louisiana, donde su trabajo alimentó una amplia máquina de negocios. Esta máquina no solo enriquecía a los dueños de las plantaciones, sino también a los comerciantes en Nueva York y Boston y Liverpool, así como a los productores en Alsacia, Lancashire y New England. La esclavitud en Estados Unidos se había vuelto central al funcionamiento de la economía global, tal como el plantador y Senador James Henry Hammond observara acertadamente cuando sostuvo que: “El algodón es el rey”.

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