¿NECESITAMOS UNA EDUCACIÓN PARA EL MUNDO GLOBALIZADO?


TEXTO 1.

La educación está cambiando en todo el mundo. Se observa una seria transformación en los roles de sus componentes principales (institución educativa, docente y estudiante), así como en la gestión del aprendizaje y el lugar físico donde se lleva a cabo el proceso educativo. ¿Cómo será la educación del futuro? O, mejor aún, considerando el futuro del país: ¿qué deberíamos enseñar? y ¿de qué manera? En esta sección se ensayan algunas respuestas a partir de las intervenciones de los especialistas en el Foro y de las principales tendencias globales.

Para el diseño y ejecución de políticas educativas debe tomarse en cuenta que la demanda por fuerza laboral exige, cada vez con mayor intensidad, individuos no solo con habilidades cognitivas sino también socioemocionales. Según Goldmark et ál. (2012:85), los empleadores son conscientes de las limitadas habilidades numéricas y comunicativas de la fuerza laboral; sin embargo, afirman que cualquier estrategia de capacitación o inversión en el trabajador será provechosa siempre que sus habilidades blandas o socioemocionales estén bien desarrolladas. Esta tendencia a valorar positivamente las habilidades socio- emocionales, e incluso, en algunos casos, por encima de las cognitivas, es bastante clara en países con ingresos per cápita elevados. Un estudio realizado a más de 3.000 empresarios de Estados Unidos, reveló que la mayoría de ellos valora más la actitud y las habilidades de comunicación que las acreditaciones académicas de sus empleados, y en Inglaterra la principal queja del empresariado sobre la fuerza laboral (62%) resultó ser la falta de actitud y motivación de los trabajadores.

La empleabilidad del siglo XXI, para todos los individuos que tienen un nivel aceptable de capacidades cognitivas, estará determinada de manera importante por las denominadas habilidades blandas (véase Box 1). Según los especialistas, entre las habilidades blandas más estudiadas y valoradas están las siguientes: actitud, responsabilidad, capacidad de colaboración, comunicación, iniciativa, persistencia, habilidad para resolver problemas, autodisciplina y trabajo en equipo (Gaines y Meca 2013). Estas habilidades permiten a las empresas mejorar la productividad del capital humano a partir de su orientación hacia actividades que maximicen las capacidades de sus empleados. Esta práctica ya es utilizada en compañías transnacionales como Siemens, que brinda a sus empleados un mismo programa de capacitación, diseñado con el apoyo de las principales universidades alemanas; pero, a lo largo del proceso, los van clasificando en equipos según sus habilidades socio-emocionales.

TEXTO 2

Educar para el trabajo es una expresión que frecuentemente se utiliza para hacer referencia al aprendizaje de un oficio o tarea básica, que permite a las personas conseguir un sustento diario. Sin embargo, en el marco de la educación del siglo XXI, esta expresión debería resignificarse, de modo que ‘educar para el trabajo’ haga referencia a la adquisición de las habilidades y destrezas necesarias para ser exitoso en un mercado laboral cada vez más complejo y competitivo.

El ‘Hombre Integral’ fue una idea ampliamente difundida por la escuela humanista europea en tiempos de la modernidad. En aquella época se consideraba que un intelectual era aquel que poseía conocimientos en varias disciplinas y era capaz de desempeñarse exitosamente en cualquiera de ellas.
Hoy en día, este paradigma sigue predominando en la educación básica, pues aún se pretende que los estudiantes adquieran conocimientos mínimos en áreas tan diversas como la biología, la filosofía, las artes plásticas y las matemáticas, y, además, que sean buenos en todas ellas.

Este ideal prevalece en la educación superior, ya que en virtud de la interdisciplinariedad y la integralidad, desde hace años los programas de pregrado ofrecen dentro del pensum una serie de cursos de ‘formación básica’, que no son otra cosa que la revisión ampliada de un sinnúmero de conocimientos que se supone servirán de fundamento para que los futuros profesionales puedan adquirir, en los semestres siguientes, los conocimientos y habilidades necesarias para desempeñarse exitosamente en el campo laboral.

No obstante, lo que se observa en la práctica es que este modelo de formación profesional tiende en el largo plazo a producir ‘conocimiento inerte’, no solo porque son muy pocos los profesores que en el aula de clase buscan estrategias para pasar de la teoría y la investigación a la práctica, sino también porque desde el principio no se enseña a los estudiantes algo fundamental y es que el conocimiento se hizo para utilizarse; así, los alumnos pasan sus años de universidad acumulando conceptos, teorías, autores y libros en su haber intelectual pero sin una mínima idea de qué pueden hacer con ellos o al menos entender la razón por la cual era importante que los aprendieran.

En este contexto, surge entonces una paradoja en la formación de los profesionales del mañana pues seguramente algunos de ellos (los más aplicados) serán auténticos ‘sabios’ en su campo de conocimiento, pero un porcentaje aún mayor serán ‘intelectuales ignorantes’ que, a pesar de tener los conceptos y las teorías muy bien aprendidas, no saben cómo usarlas en su ámbito profesional (mucho menos, en su vida diaria) y por ende no son capaces o hábiles para resolver la más mínima tarea, dilema o dificultad que se les presente en el trabajo.

Una prueba de lo anterior está en el hecho que pese a la amplia oferta de jóvenes profesionales disponibles, curiosamente los empleadores coinciden en afirmar que no encuentran las personas apropiadas para ocupar los cargos que tienen vacantes o señalan que una dificultad para contratar recién egresados es su falta de experiencia y conocimiento del campo profesional.

Finalmente, la cuestión no puede simplificarse al eterno debate teoría vs. práctica, con el que se pretende ocultar una cruda realidad de la educación superior que no es otra que su incapacidad para formar profesionales competentes (no solo competitivos), o como se mencionó al inicio, la ausencia de una verdadera educación para el trabajo en los programas de formación profesional. De hecho, esta realidad devela un problema de carácter pedagógico y es el excesivo énfasis que se le da al aprendizaje teórico - conceptual y lo poco que se desarrolla el conocimiento analítico e interpretativo en el aula de clase.

En este contexto, nace la siguiente pregunta sobre qué es más valioso ¿Un estudiante que entiende a la perfección la teoría de Adam Smith sobre el origen de la riqueza de las naciones o uno que puede traducir esa teoría en una ventaja competitiva para la organización en la que trabaja o que es capaz de formular un proyecto de emprendimiento empresarial, tan solo con tener claros los principios de la especialización del trabajo y el  aprovechamiento de los recursos que da fundamento a esta teoría?
Sin duda, las opiniones estarán divididas, pues mientras los maestros defenderán al primer estudiante, un 80 por ciento de los empleadores contratarían al segundo. El debate sigue abierto.






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