LAS TRAMPAS DEL FACILISMO

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LAS TRAMPAS DEL FACILISMO
Por: Nélida Baigorria
Ciertas teorías pedagógicas surgidas de gabinetes integrados por equipos de burócratas vitalicios, totalmente ajenos al trabajo del aula, han procurado instalar en padres, alumnos y en la sociedad la certeza de que el estudio debe ser una diversión.
Con empaque académico, jerga abstrusa y sintaxis irreverente, estos supuestos pedagogos arremeten contra la escuela de la disciplina y el trabajo, atribuyéndole la responsabilidad en el descenso vertical del nivel educativo, que es hoy una realidad insoslayable.
Alumnos avanzados en sus estudios primarios no saben leer, desconocen qué es la historia o la geografía y en el otro extremo, estudiantes universitarios no logran interpretar un texto ni hacer una sinopsis, usan apuntes, no manejan bibliografía y acercarse a una biblioteca supone una insólita aventura.
¿Cuándo se inicia esta decadencia? La respuesta es inapelable; cuando hace cinco décadas -medio siglo- en el proceso enseñanza-aprendizaje se introduce, subrepticia, lenta pero progresivamente el facilismo y la demagogia, herramientas fundamentales para abrir el camino de niños y jóvenes hacia la mediocridad y el fracaso.
Alcanzar ese objetivo involucra trabajo y muchos renunciamientos, acaso frivolidades sobrevaluadas en esa etapa de la vida, pero en definitiva triviales frente a la necesidad de construir un destino personal en permanente accésit.
El estudio no es diversión, no es recreo, no es pasatiempo ni solaz; el estudio es una disciplina de la mente y una firme decisión de la voluntad que exige esfuerzo continuo y sostenido, y que proporciona placer en tanto permite ascender hacia el logro de una alta meta final.
El facilismo invita a seguir la línea del menor esfuerzo, todo contenido que entrañe movilizar los mecanismos de la inteligencia hasta llegar a un rendimiento óptimo es eliminado, desaparecen de este modo asignaturas formativas y se las reemplaza por el aprendizaje de técnicas que caducarán mañana con el vertiginoso cambio que lleva la revolución científica de nuestro momento histórico.
El facilismo en educación homologa a maestros y alumnos para el intecambio de saberes; reduce la función del docente a la de un coordinador de panelistas en una mesa redonda entre pares; llama autoritarismo a las normas esenciales de respeto recíproco exigidas para una armoniosa convivencia en el aula y en la escuela; establece criterios de evaluación y promoción reñidos con elementales niveles de competencia; niega la necesidad de continuar en la casa la tarea iniciada en clase; descalifica, humilla y pauperiza al docente mientras procura apoyarse en planteles laxos y adocenados; proscribe el imperativo categórico del deber ser y consagra, finalmente, el dogma fascista: "El Duce tiene siempre razón", bajo la nueva fórmula: "El alumno tiene siempre razón", aunque se trate de un insulto a un profesor o la amenaza con una navaja sevillana.
El facilismo es el desiderátum de la demagogia; la formación del hombre lábil, opaco y acrítico, incapaz de comprender y evaluar los procesos sociales y políticos profundos es el sólido basamento de las dictaduras o de las seudodemocracias populistas.

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